Historia

Cuando estudiaba en la preparatoria yo era católico, mi familia era de las que siempre iban a misa todos los domingos; y considero que, dentro de lo regular, eran practicantes.

Un día, al estar esperando el metro junto a otro estudiante de mi preparatoria, me di cuenta que él estaba leyendo un libro, este libro se llamaba "La Obra del Maligno"; se lo pedí prestado ya que me llamó la atención. Me sorprendió el contenido de dicho libro, ya que inmediatamente me encontré con una historia que mi alma rechazó. Era una historia donde decía que antes Dios era un ángel, y que destruyó a todos los ángeles que en su origen eran malignos y creó el bien, o algo parecido. Recuerdo que esto se quedó en mi mente, no podía evitar la sensación de tener que refutar tal calumnia. Llegué a mi casa y lo primero que le dije a mis padres cuando los vi fue: “¿Dónde está la Biblia?” Recordaba que en el Génesis se hablaba sobre cómo Dios originó la Creación, y que eso era totalmente contrario a lo que leí en aquel libro.

Resulta que me gustó la lectura de la Biblia, tanto que fui leyendo capítulo por capítulo. Durante un año seguí leyendo, e iba tratando de practicar todo lo que leía. Me había dejado crecer la barba, dejé de comer cerdo y mi fe aumentó bastante conforme más iba aprendiendo de Dios y Sus profetas. Inclusive, cuando leí que entre los mandamientos había una orden de no trabajar los sábados, empecé a cerrar el negocio que teníamos en casa durante ese día.

El punto crítico fue cuando me empecé a preguntar: “¿Por qué no se menciona a Jesús como Dios aquí? ¿Dónde está Jesús? ¿Por qué Abraham, Moisés, David o Salomón, no le piden a él? ¿Por qué se ha dejado de practicar la mayoría de la Ley que se le reveló a Moisés? ¿Por qué el primer mandamiento consiste en no hacer imágenes de nada y las Iglesias están repletas de ellas?”

Asistía a un grupo católico de adoración nocturna, rezaba el rosario; pero esas dudas seguían ahí. Ya había terminado de leer desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo Testamento, y después me pregunté: “¿Por qué los judíos no creen en Jesús? ¿Por qué ellos sí descansan los sábados? ¿Quién era Jesús para hacer un borrón de todo y cuenta nueva?” Empecé a buscar por Internet centros judíos, e inclusive le mandé un mensaje a un rabino que me dijo que yo no podría entrar al Judaísmo; pero que no comiera carne de cerdo, que me alejara de los pecados y que no asociara nada con Dios. En mi búsqueda por Internet acerca de los judíos, me apareció una página donde estaba presente “El Diálogo de un cristiano con un musulmán”; al leerlo me preguntaba: “¿Qué es ese Corán que tanto menciona ese tal musulmán? ¿Qué es un musulmán?” Nunca había escuchado de ellos, en ese tiempo le pregunté a unos mormones (con quienes también investigaba cuestiones de la religión), pero no me pudieron contestar, me obsequiaron el Libro del Mormón y, con todo respeto, cuando empecé a leerlo no me gustó. Luego de leer aquel diálogo, me quedé con la impresión de que el musulmán sí creía en Jesús, pero no como Dios; y tampoco lo insultaban como los judíos.

Ahora me había surgido la duda de leer ese Corán que tanto mencionaba el musulmán. Gracias a Dios, un cliente de nuestro negocio, coleccionador de libros, tenía como cuatro traducciones del Corán en español. Cuando empecé a leer este Libro, me sorprendí al sentir que se dirigía a mí, que el Libro sabía cómo son cada una de las personas, cómo se comportan al hablarles de Dios y se ensoberbecen, cómo muchos están descuidados sin saber que Él los ve; y dije: “¿Quién es tan Sabio como para saber todo esto y describirlo de manera tan eficaz?” Entonces, al seguir investigando, supe que es la Palabra de Dios revelada a través del ángel Gabriel a nuestro Profeta Muhammad -que la paz y la misericordia de Dios sean con él-; y no tardé ni una semana en dar con la comunidad de musulmanes de la Ciudad de México, donde fui, desde el primer día, con la decisión de rendirme al Islam y atestiguar que sólo Dios merece nuestra adoración, y que Muhammad es Su Siervo y Mensajero. Y así fue…era un día viernes 30 de abril de 1998.

Antes de irme al Centro Islámico, quite todas las imágenes religiosas de mi casa, los crucifijos, cuadros, etc, ya que creí que iba a pasar por una revisión monoteísta. Pero solamente me regalaron en el centro varios libros que leía rápidamente.

En mi casa empezó los debates con mi familia, si no era con un hermano, era con el otro, si no iba con mis primos a enseñarles lo nuevo que había aprendido. De hecho, sacaron a mi prima que es monja del convento para que hablara conmigo, después me llevaron con un sacerdote. Pero nada les funcionó, yo me arraigaba más al Islam.

En el verano del 2000 cuando me encontraba haciendo un curso de Islam en Panamá, recibí la noticia de que había sido aceptado en la Universidad Islámica de Medina. En ese entonces estaba estudiando Relaciones Internacionales en la Universidad, y me adentré a la nueva aventura.

Recordé que cuando fui aceptado en esta Universidad después de la gran emoción que sentí, me puse a pensar en el gran cambio que iba girar mi vida, pues imaginaba que Arabia Saudita era solamente desierto, camellos y dátiles, antes de viajar compré varios desodorantes, shampoo, y artículos que eran indispensables para poder acoplarme a una nueva vida que me imaginaba que iba a ser muy difícil, en mi viaje tenía que hacer tránsito por Nueva York, es ahí donde por primera vez vi a tantos musulmanes en mi vida, hasta el policía que nos ayudó a encontrar la aerolínea Saudita resulta que era musulmán. La segunda sorpresa fue cuando emprendimos el vuelo hacia Jeddah y se escuchó por las bocinas del avión la súplica que hacemos los musulmanes al emprender un viaje, en la parte posterior del avión había una sala de rezo donde se podía realizar la oración con todos sus movimientos, y entre los canales de entretenimiento también había canales exclusivos de programas islámicos.

Al llegar al Aeropuerto Internacional de Jeddah fue agradable ver que el aeropuerto tiene su propia mezquita, llegue a Medina a media noche y no había nadie esperandome, tampoco sabía nada de árabe y fue donde se me presentó mi primer problema, ya que también mis maletas no llegaron, pero un empleado del aeropuerto me ofreció llevarme a la Universidad, algo que en México sería muy difícil que pasara. Al llegar a la Universidad me di cuenta que no era un colegio pequeño, sino me encontré con una Universidad de buena infraestructura y jóvenes de todos lados del mundo, mis primeros vecinos fueron unos estudiantes de Afganistán.

Después de haber vivido en la Ciudad de México, una ciudad muy grande, me encontraba en Medina, la primera capital del Islam. Los ocho años que viví ahí , han sido los mejores de mi vida, porque aprendí como el Islam es una religión que si es llevada correctamente a la práctica por la gente, hace que se viva en una sociedad tranquila, libre de violencia, vicios y malestares que son la causa de los problemas en esta vida.

Cinco veces al día el nombre de Dios es exaltado por toda la ciudad, ya que se escucha en los llamados a la oración "Dios es el más Grande", en un país como México si uno esta dentro de un centro comercial puede pasar el día entero sin recordar a Dios, pero aquí practicamente es imposible, pues toda actividad es interrumpida y todos los negocios son cerrados para cumplir el segundo Pilar del Islam, la oración, es aquí donde uno encuentra la gran comunidad islámica y recuerda constantemente por qué Dios nos creó .

Mis estudios en México, sentía que no me beneficiaban en ciertos aspectos que eran indispensables para mí, pero allá complementaron esa parte que me faltaba, ya que se aprende desde como es el trato de que se debe de dar a nuestros padres, la familia, los vecinos, compañeros, y sobre todo, lo más importante, la manera en que uno debe prepararse para la vida después de la muerte.

En Medina gracias a Dios me encontré con personas que puedo decir que son un ejemplo a seguir, a primera vista dejan ver el ejemplo que dejó marcado el Profeta Muhammad y sus compañeros al enseñar como debe vivir un musulmán, como los sabios de la Mezquita del Profeta, el Shaij Abdul-Muhsan Al-'Abad y Muhammad Muhtar As-Shanquiti, poseen un gran conocimiento y a la vez una humildad y modales excelentes.

Conviví con todo tipo de gente durante mi estancia en ese país, gobernantes, empresarios, doctores, militares, deportistas, profesionistas de todo tipo y siempre relució en nuestras conversaciones el agradecimiento a Dios por habernos hecho musulmanes y tener un propósito de vida, hacer obras buenas y creer en Dios.